viernes, 13 de enero de 2012

B. L. U. E. S.

            Es curioso cómo se construyen los recuerdos. Un buen día. Cuando nadie te ve, cierras los ojos, perfectamente abiertos, y te das cuenta, no sin cierto atisbo de sorpresa, de que tienes la cabeza llena de ellos. Si estuviéramos así el tiempo necesario como para clasificarlos, algo totalmente imposible debido a la rapidez con la que se suceden, hoy en día, las cosas, llegaríamos a la triste conclusión de que, de todos esos pedacitos de memoria,  son muy pocos los verdaderamente vividos por nosotros. Al menos de una forma consciente.
            Es imposible saber cómo o, por lo menos, cuándo, se alojaron en nuestras cabecitas. Tampoco es posible saber a quién pertenecen. Lo cierto es que allí están, cómodamente sentados en los huequitos de nuestro cerebro.
            Hay recuerdos tristes. Recuerdos alegres. Recuerdos altos y bajos. Recuerdos rojos, amarillos, violetas, negros… Y todos ellos han sido, al menos una vez, seres totalmente autónomos, es decir: personas.
            Es extraña esta dualidad: todos, en un momento dado de nuestra vida, dejamos de ser persona para pasar a ser recuerdo. Todos menos Él. Yo lo conocí.
            No es fácil, créanme, nada fácil, andar diciendo por ahí que eres consciente del primer recuerdo que pobló el mundo. Sobre todo cuando no eres demasiado viejo como para que te tomen en serio, pero eso es algo con lo que tendré que cargar toda mi vida. Así lo eligió Él.
            Cuando nací, Él ya estaba allí. Mala suerte. Un recuerdo brillante, imponente. Inevitable reparar en Él. Imposible no ceder  a su atracción. Y de veras que lo intenté.
Negaba su existencia, su poder. Años y años esquivando sus miradas, sus palabras que, aunque amables y dulces, me vaticinaban un dolor desconocido para mí. Una dependencia absoluta.
            El olvido es un arma valiosa en estos casos. No siempre se consigue, ya que ha de ser un sentimiento muy fuerte, una decisión meditada, casi paladeada mentalmente. El olvido. Así es como mueren los recuerdos.
            Obviamente, no lo conseguí, y prueba de ello es que, aunque no se sea consciente, muchos seguimos aún bajo su hechizo.
A diferencia de otros recuerdos que se conforman con un sitio donde vivir, a veces en nuestra frente, cerca de donde se localiza a la conciencia, a veces mucho más adentro, donde residen los sueños y los deseos, Él necesita mucho más; se alimenta de nuestra rutina. De nuestras alegrías, de nuestro dolor. Sí: se alimenta de otros recuerdos. Así, vida tras vida,  ha ido haciéndose grande a base de transformar en energía esos trocitos de memoria robada.
Como ya habrán ustedes supuesto, Él no es un recuerdo cualquiera ya que, si bien es cierto que Él mismo está hecho de recuerdos, los recuerdos también están hechos de Él. Por eso es tan difícil destruirle. Por eso, una vez que ha elegido a su próximo “acompañante”, es casi imposible deshacerse de Él. O, por lo menos, hasta la fecha no se sabe de nadie que lo haya conseguido con éxito.
Es curioso cómo se construyen las leyendas. Se va tomando un poco de aquí y otro poco de allá. Se envuelve todo con un manto vaporosamente telúrico, de profundidad insondable y… ya está. La leyenda es la categoría más alta a la que puede aspirar un recuerdo. Por eso, son muchas las historias que se cuentan de Él. Voces que nos llegan de un pasado no tan lejano, desde caminos polvorientos y refritos de vinilo paridos en esas tardes de alcohol y somnolencia. Todos dicen haberlo visto. Yo también.
Caminando como un hombre.

No le importó que me escondiera. Tampoco las  mentiras que inventé, desesperados intentos de negarle como la realidad misma que era. Que es. Esperó pacientemente, como el que sabe que tiene un poker de reinas y los demás un miserable farol de conductas imitadas. Cuando me encontré cara a cara, por fin, con Él, rendida, agotada, vencida, no pude más que responder a su llamada. Le tendí mi mano derecha. Y desde ese instante, me convertí en sombra. En una de esas voces sin rostro que vagan sin pasado, presente o futuro. Sin principio ni fin.
Cuando te atrapa, tu tiempo ya no es nunca más tu tiempo. Se lo entregas a Él. Sin preguntas. Tu dolor ya no es nunca más tu dolor. Es para Él. Sin preguntas. Tu alegría ya no es nunca más tu alegría, aunque la sientas con más fuerza que ningún otro ser humano. Le pertenece. Sin preguntas. Es por eso que, herido de muerte o terriblemente vivo, le necesitas como el suelo que pisas o el aire que respiras. Como la melodía cósmica que guía al planeta desde el principio de los tiempos. Si no lo encuentras, buscas con  todo tu cuerpo su presencia. Tranquilizadora tiranía.
No me envidien, queridos niños. No deseen nunca verse en mi pellejo. Duerman felices ese sueño de inocencia que yo nunca dormí (aunque muchas noches creí hacerlo). Porque, de todos los recuerdos, leyendas, o como quieran llamarlo, Él es dueño y señor. Sentimiento grave y profundo que me empuja dulcemente hacia el fin de mis días.
Porque mis días son ya suyos. Y yo ya soy un recuerdo.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Amor

Amanecemos rotos, uno junto al otro, mirando un techo que ya ninguno de los dos conoce. Con miedo a derramar nuestra historia en la almohada y caminar por fin.
La sonrisa de siempre aparece en tu rostro, disimulada mueca, y se acerca firme  a besar mi desencanto.
Silencio.
Siento el abrazo del agua caer caliente sobre mi cara y me lleno de infinitos. De aquellos cielos que prometías antaño con el roce de tus manos. Y la sal se vuelve dulce al mezclarse con las gotas que desaparecen entre mis piernas.   Y tu cuerpo me rodea de espinas que me lastiman el alma porque ya no es tu nombre el que pronuncian mis labios entreabiertos.
Ya no.
Ya no mueves mi mundo cuando me miras. Ya no despeinas mi risa ni me pones alas. Ya no estás cerca. Ni lejos.
Ya no.
Y clavo mi mirada más allá de tu rostro. Y te beso despacio para que no se note que ya no sé. Que ya no puedo.
Y mis dedos ya no dibujan el tiempo en tus hombros. Ni los tuyos desenredan ya mis secretos.
Porque ya no te quiero.
Y sin embargo, te necesito.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Fantasmas

… Y tal vez sea sólo culpa mía. Tal vez.
Tal vez no fuera nada importante. Tal vez sólo fuera la sensación de  importancia que dejó en el aire el sonido de tus pasos alejándose en el barro. Tal vez sea eso lo que me paralizó, lo que no dejó que corriera tras de ti y besara tus huellas con mis labios vacíos, lo que arrancó de mis manos la sombra de tu olor que quedó  flotando  como flotan los fantasmas mientras los callejones duermen.
Y tal vez no sea sólo culpa mía. Tal vez.
Tal vez sí fue importante pero decidiste sepultarlo con un trago bien largo de silencio. Sin agua y sin hielo.  Como tienen que hacer los hombres.
Tal vez me extrañes. Sólo tal vez.
Tal vez te duela la calma y te sangren los hombros  y arrojes cansado en la acera el peso de la ausencia.  Rendido. Para luego colocarlo otra vez sobre las llagas del tiempo y empezar de nuevo.
Tal vez no.
Tal vez sea el momento de morder el polvo.  De saborear el murmullo de los vencidos. Tal vez sea el momento de sorber la pena hasta ahogarnos. De abrirnos en carne y alma hasta anestesiarnos por completo y dejar de mirar a un futuro que no existe mas que en el pasado que anida en nuestros brazos.  Tal vez sea el momento de rendirnos para siempre.
O de luchar para siempre.
Tal vez te olvide. Tal vez.
Tal vez no recuerde el calor de tus manos sobre mi pecho ni el peso de tu cuerpo sobre el mío. Tal vez olvide cómo se hunde el beso en la carne y la duda se confunde en deseo. Tal vez.
O tal vez no. Pero ya no serán más tus manos, ni tu peso, ni el beso de tu cuerpo en el mío.
Y un día, tal vez, sólo tal vez, nuestros alientos se enreden como tantas otras veces. Y será un trago nuevo que beberé hasta saciarme. Entonces, sólo entonces, abotonaré despacito mis fracasos y seré yo la que nos pierda.
Y entonces  no será nada importante.
Sólo la sensación de importancia que deje en el aire el sonido de mis pasos alejándose en el barro será lo que te paralice, lo que no dejará que corras tras de mí y beses mis huellas con tus labios vacíos, lo que arrancará de tus manos la sombra de mi olor, que  quedará flotando como flotan los fantasmas mientras los callejones duermen.